El fenómeno de las empresas sociales no es algo nuevo, pero que en los últimos años ha ido en aumento, sobre todo, a raíz de la crisis económica y la falta de recursos del sector público, por ejemplo, en el ámbito asistencial. No obstante, existen otros motivos que explican esta tendencia: “Las nuevas generaciones suben más solidarias y mucha gente con la crisis se ha vuelto más solidaria”, señala el profesor de ESADE Alfred Vernis. En este sentido, el creador de antiparo.com y experto en microemprendimientos sociales, Ariel Andrés, afirma que “se crean más empresas sociales que nunca antes en la historia de España”.
“En la actualidad, las personas prestan más atención al motivo por el cual emprenden”, declara Andrés. Y prosigue: “Si piensas que la mayoría pasamos un mínimo de ocho horas al día trabajando, es lógico buscar que nuestro trabajo tenga un significado mayor que únicamente la motivación económica”. Es evidente que internet ha contribuido también a dar visibilidad a estos proyectos, a la par que algunas administraciones, fundaciones, asociaciones – Ashoka, Socialnest, por ejemplo- y escuelas de negocios los promocionan a través de programas especiales. Este es el caso del Programa marco de la emprendeduría social en Catalunya, que en el 2013 celebró la última edición y en cuya web el internauta puede encontrar “el mapa de actores de la emprendeduría social” de esta comunidad autónoma. Otro caso destacado es el proyecto Momentum, que dirige Alfred Vernis, que ofrece un programa integral de formación, acompañamiento estratégico, visibilidad, acceso a financiación y seguimiento a iniciativas innovadoras. En la última edición se presentaron 193 proyectos, de los cuales se escogió a diez finalistas.
Una de las razones que explica, en parte, la existencia de este tipo de planes es que “históricamente la gente que se ha dedicado a crear empresas sociales venía del sector social, por lo que conocía menos los instrumentos de mercado porque no se había preparado para competir en él”, comenta Vernis. Un ejemplo lo encontramos en las raíces del fabricante de pantallas de lámparas Soulem. Maria Luisa Fresno colaboraba en la parroquia del madrileño barrio de Hortaleza cuando se percató de que existía una necesidad social acuciante: muchas mujeres de la zona recurrían a ella en busca de ayuda para mantener a sus familias. A finales de los años noventa decidió abrir un taller que, más tarde, se convirtió en empresa de reinserción social. Todo fue bastante rodado hasta que llegó la crisis. Actualmente, la gerente de Soulem, Macarena López –hija de la fundadora-, está trabajando en un plan de crecimiento que les permita captar más financiación y conquistar más cuota de mercado. Sin embargo, el objetivo continuará siendo el mismo: dar trabajo a mujeres en riesgo de exclusión social.
Vernis asegura que “la empresa social ha de ser igual de eficiente y competitiva que una empresa normal” si quiere continuar existiendo. “Si entendemos competitividad como hacer lo máximo posible con los recursos que tenemos, entonces una empresa social puede ser tan o más competitiva que una empresa tradicional”, sentencia Andrés. Un ejemplo es el proyecto Mylife –Learning independence forever-, que ha creado Sant Pere Claver Fundació Sanitaria. La entidad, sin ánimo de lucro, quiere importar a Catalunya una iniciativa nacida en Inglaterra hace cuatro años y que consiste en conseguir que personas con discapacidad intelectual o trastornos mentales tengan una mayor autonomía. “Creemos que la vocación social tiene que ser viable y sostenible, que hay que equilibrar ingresos y gastos”, dice Carles Descalzi, el gerente de la fundación del proyecto, el cual se estructura en 21 módulos on line con actividades y ejercicios referidos a hábitos de la vida cotidiana que el usuario descarga y que, luego, implementa en un centro de capacitación. “Nuestro objetivo es que Mylife esté integrado en la cartera pública de servicios”, adelanta. De momento se ofrecerá –a partir del año que viene- a todo aquel que esté interesado a un coste inferior a 300 euros mensuales. Los beneficios se reinvertirán en los servicios que presta la fundación.
Beneficio contra impacto social
“Es importante encontrar el equilibrio porque si la empresa crea demasiado valor social y deja de crear valor económico desaparecerá”, asegura Vernis. Evidentemente, encontrar la fórmula para conseguirlo no es fácil, tal como reconoce otro de los finalistas de Momentum project: “Cuesta ser competitivo y guardar los valores”, afirma Guillaume Lefebvre, director de Siel Blue España. La compañía, que empezó su trayectoria gracias a la financiación del gobierno de la región francesa de Alsacia en 1997, utiliza la actividad física adaptada como herramienta para disminuir los riesgos asociados al envejecimiento, como las caídas y la depresión. La empresa presta este servicio, que ha recibido varios reconocimientos y distinciones europeos, en residencias y centros de día.
Aparte de la captación de recursos privados, estas organizaciones a menudo reciben ayudas por parte de la Administración. Este es el caso de Bioservice, un centro especial de empleo (CEE) –la mayoría de la plantilla está formada por trabajadores con minusvalías- que se dedica a la recogida y exportación para su reutilización de cartuchos de tinta vacíos. “No es cierto que las personas con discapacidad sean poco productivas”, manifiesta el responsable de la empresa, Alejandro Pedro. En este sentido añade que las ayudas que recibe del Gobierno vasco y las bonificaciones de la Seguridad Social que percibe la compañía “ayudan a suplir esas pequeñas diferencias” de sus trabajadores con respecto a un empleado que no sufra ninguna discapacidad. No obstante, reconoce que la mayoría de empresas de este tipo en Euskadi tiene “una fuerte dependencia” de las ayudas administrativas. El objetivo de Bioservice es conseguir que el negocio “sea rentable por él mismo”, y quiere expandirlo a otras comunidades autónomas.Otros de los grandes retos a los que tienen que hacer frente estas organizaciones es encontrar gente preparada que quiera trabajar en ellas -“No pueden remunerar el talento como lo remuneraría cualquier otra empresa”, asegura el profesor Alfred Vernis-, así como encontrar un modelo de gobernanza jurídica que contemple el equilibrio entre la creación de valor económico y valor social. Este último es precisamente uno de los debates acérrimos que existen en relación al concepto de empresa social, cómo se reparten los beneficios de la organización.
Fórmulas de éxitoLa Fageda es una de las empresas sociales que han tenido una mayor repercusión mediática. La cooperativa de productos lácteos, sin ánimo de lucro e ideada por el emprendedor y psicólogo Cristóbal Colón en Olot en 1982, tiene como objetivo la integración laboral de personas que sufren discapacidad intelectual o trastornos mentales severos. Los buenos resultados obtenidos durante estos últimos años –en 2012 facturó más de 12 millones de euros- le han permitido ocupar a 270 usuarios y profesionales y llevar a cabo actividades asistenciales, como un servicio de terapia ocupacional, pisos asistidos para trabajadores y actividades de recreo para mejorar la calidad de vida de sus usuarios.
Pero, ¿cómo se mide el impacto que tiene una empresa social en la sociedad? “Es una cuestión controvertida”, responde Vernis. Y es que, por ejemplo, ¿hasta qué punto influye positivamente en el medio ambiente el fabricante de un electrodoméstico que sirve para reciclar el aceite de las comidas, o en la calidad de vida una red que pone en contacto a quienes quieren cultivar y no disponer de terrenos con propietarios de huertos que buscan inquilinos? Son algunos ejemplos. “Estas cosas son muy difíciles de medir”, concluye.
Y hay aún una última traba para los emprendedores sociales: la financiación. “¿Cómo se remunera el capital en una empresa donde la creación del valor económico no es lo más importante?”, pregunta el profesor de ESADE. "Siempre es difícil", responde. Pero en el supuesto de no encontrar el dinero suficiente para el proyecto, este tipo de emprendedores “están aprendiendo a buscar fuentes de financiación alternativas”, explica Ariel Andrés, y pone como ejemplo una tendencia al alza, el crowdfunding -micromecenazgo, normalmente a través de internet-. “Funciona si la idea es buena”, concluye.
Fuente: La Vanguardia